II - No es difícil aburrirse (II)
-Hola –dijo Guido.
-¡Hola, primo! -respondió una voz-. Soy yo, Laura. No te vi hoy en los recreos, pero los chicos me dijeron que volviste después de la gripe.
Guido y su prima Laura no se veían muy a menudo fuera del colegio, pero dentro del mismo era común que se frecuentasen. Ambos gustaban de la lectura, quizás debido a que sus respectivas madres se habían dedicado a regalarles libros desde el momento mismo de sus nacimientos. Laura prefería los cuentos de terror, mientras que Guido inclinaba sus preferencias en dirección a los libros de aventuras e historias de ciencia-ficción.
-Hola, Laura -le respondió-. Si, hoy volví al colegio, pero sigo un poco resfriado ¿Cómo esta el tio Orlando?
-Bien, como siempre, y te manda saludos. Pero el motivo de mi llamada no tiene nada que ver con eso...
Laura se quedó en silencio, y un murmullo proveniente de otras voces femeninas llamó la atención de Guido, que no tuvo que pensar mucho para darse cuenta de que su prima se hallaba acompañada por alguna de sus amigas.
-¿Puedo ayudarte en algo? –le preguntó-. ¿Querés hablar con mi mamá?
Un nuevo silencio se produjo, impacientando al niño.
¿Podés venir a casa el próximo domingo? –dijo abruptamente Laura-. Las chicas del equipo de voley vamos a festejar que aprobamos todos los exámenes.
-Siempre y cuando yo no tenga que bailar. Ya me conocés.
-¡No seas aburrido! –replicó la jovencita abriéndose camino entre el murmullo que la rodeaba-. No importa, voy a esperarte igual. Podés traer a tus amigos, si querés...
Guido no era tan ingenuo.
-¿Me vas a esperar a mí, o a César? –preguntó.
El murmullo femenino se transformó un conjunto de risas nerviosas que no pudieron ser
contenidas.
-¡No seas tonto! -explotó ella al percatarse de que sus verdaderas intenciones habían sido descubiertas-. Vamos a preparar mucha comida, y algunos juegos también.
Guido no pudo argumentar mucho más, y aceptó la invitación pese a no estar del todo convencido. La conversación no se prolongó, pero ese llamado de Laura fue lo único que le sucedió durante toda la tarde. La estufa le proveía a la casa la más agradable de las temperaturas, y justo cuando el niño se estaba adormilando frente al televisor apagado, la voz de su madre resonó por toda la habitación.
-Hijo, te estas quedando dormido –le dijo sonriendo-. Tengo que salir a comprar algunas cosas, pero cuando vuelva no quiero encontrarte tirado en el sillón mientras que el gato llena la cama de pelos, ¿Me entendiste?
El niño asintió con la cabeza y su madre abandonó la casa, abrigada hasta en los pensamientos. Ella era una mujer de carácter fuerte y de muy buen corazón. Tenerla contenta no demandaba un gran esfuerzo: bastaba con estudiar mucho, comer bien y comportarse respetando los buenos modales. Buenos modales que seguramente no aparecían establecidos en el diccionario de aquel caprichoso felino.
-Lo siento mucho, Leoncio –pensó Guido-. Órdenes son órdenes...
Pese a no sentir muchas ganas de irse a dormir, se levantó del sillón y caminó hacia su cuarto. Aún era temprano y no había cenado, pero a decir verdad no tenia hambre. En los instantes que precedieron a que cayese profundamente dormido, echó una mirada sobre el desorden que reinaba en su habitación. Se dio cuenta de que había olvidado pedir la tarea de los días anteriores, y al ver los pantalones de gimnasia colgando de la silla, recordó que el siguiente sería un día duro, como todos los Jueves. La clase de Deporte se hallaba a la vuelta de la esquina, dispuesta a sacudirlo muy temprano en la mañana, pero ¿Dónde habría quedado aquel certificado medico que acreditaba su estado convaleciente? Todos los recursos serían válidos con tal de zafarse de la tortura...
-¡Hola, primo! -respondió una voz-. Soy yo, Laura. No te vi hoy en los recreos, pero los chicos me dijeron que volviste después de la gripe.
Guido y su prima Laura no se veían muy a menudo fuera del colegio, pero dentro del mismo era común que se frecuentasen. Ambos gustaban de la lectura, quizás debido a que sus respectivas madres se habían dedicado a regalarles libros desde el momento mismo de sus nacimientos. Laura prefería los cuentos de terror, mientras que Guido inclinaba sus preferencias en dirección a los libros de aventuras e historias de ciencia-ficción.
-Hola, Laura -le respondió-. Si, hoy volví al colegio, pero sigo un poco resfriado ¿Cómo esta el tio Orlando?
-Bien, como siempre, y te manda saludos. Pero el motivo de mi llamada no tiene nada que ver con eso...
Laura se quedó en silencio, y un murmullo proveniente de otras voces femeninas llamó la atención de Guido, que no tuvo que pensar mucho para darse cuenta de que su prima se hallaba acompañada por alguna de sus amigas.
-¿Puedo ayudarte en algo? –le preguntó-. ¿Querés hablar con mi mamá?
Un nuevo silencio se produjo, impacientando al niño.
¿Podés venir a casa el próximo domingo? –dijo abruptamente Laura-. Las chicas del equipo de voley vamos a festejar que aprobamos todos los exámenes.
-Siempre y cuando yo no tenga que bailar. Ya me conocés.
-¡No seas aburrido! –replicó la jovencita abriéndose camino entre el murmullo que la rodeaba-. No importa, voy a esperarte igual. Podés traer a tus amigos, si querés...
Guido no era tan ingenuo.
-¿Me vas a esperar a mí, o a César? –preguntó.
El murmullo femenino se transformó un conjunto de risas nerviosas que no pudieron ser
contenidas.
-¡No seas tonto! -explotó ella al percatarse de que sus verdaderas intenciones habían sido descubiertas-. Vamos a preparar mucha comida, y algunos juegos también.
Guido no pudo argumentar mucho más, y aceptó la invitación pese a no estar del todo convencido. La conversación no se prolongó, pero ese llamado de Laura fue lo único que le sucedió durante toda la tarde. La estufa le proveía a la casa la más agradable de las temperaturas, y justo cuando el niño se estaba adormilando frente al televisor apagado, la voz de su madre resonó por toda la habitación.
-Hijo, te estas quedando dormido –le dijo sonriendo-. Tengo que salir a comprar algunas cosas, pero cuando vuelva no quiero encontrarte tirado en el sillón mientras que el gato llena la cama de pelos, ¿Me entendiste?
El niño asintió con la cabeza y su madre abandonó la casa, abrigada hasta en los pensamientos. Ella era una mujer de carácter fuerte y de muy buen corazón. Tenerla contenta no demandaba un gran esfuerzo: bastaba con estudiar mucho, comer bien y comportarse respetando los buenos modales. Buenos modales que seguramente no aparecían establecidos en el diccionario de aquel caprichoso felino.
-Lo siento mucho, Leoncio –pensó Guido-. Órdenes son órdenes...
Pese a no sentir muchas ganas de irse a dormir, se levantó del sillón y caminó hacia su cuarto. Aún era temprano y no había cenado, pero a decir verdad no tenia hambre. En los instantes que precedieron a que cayese profundamente dormido, echó una mirada sobre el desorden que reinaba en su habitación. Se dio cuenta de que había olvidado pedir la tarea de los días anteriores, y al ver los pantalones de gimnasia colgando de la silla, recordó que el siguiente sería un día duro, como todos los Jueves. La clase de Deporte se hallaba a la vuelta de la esquina, dispuesta a sacudirlo muy temprano en la mañana, pero ¿Dónde habría quedado aquel certificado medico que acreditaba su estado convaleciente? Todos los recursos serían válidos con tal de zafarse de la tortura...
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