II - No es difícil aburrirse
Guido disfrutaba mucho cuando Raúl, su padre, lo recogía a la salida del colegio. La idea de que algún día heredaría su calvicie le causaba escalofríos, ya que en las fotos de su padre cuando niño, Guido parecía encontrarse reflejado en un espejo, con su suave cabello castaño prolijamente peinado y sus calmos ojos de color avellana tan carentes de expresión ante las cámaras fotográficas. Raúl y Alicia se habían separado hacía ya varios años, y Guido no tenía muchos recuerdos al respecto, pero cada día que pasaba lo ayudaba a entender un poco más las razones que los habían llevado a hacerlo: lo que a uno le gustaba, al otro le desagradaba por completo. Cuando el niño intentó convencer por todos los medios a su madre para que ésta que le permitiese tener un gato, ella se rehusó, pero su padre le regalo un gato siamés. Alicia dormía solo cuatro o cinco horas por día y andaba siempre apurada y con cara de guerra mundial termonuclear, pero a Raúl le gustaba dormir cada vez que le era posible, y nunca parecía estar alterado. Quizá en lo único en que no mostraban diferencia era en el amor incondicional que ambos sentían por su hijo, junto con el hecho de que ambos lo malcriaban bastante.
Padre e hijo discutieron un poco acerca de todo, hasta que finalmente llegaron a casa. El automóvil se detuvo provocando un suave ronroneo del motor, y Guido se bajó del vehiculo, no sin antes despedirse con un beso. Recibió a cambio una palmada cariñosa en la espalda, además de algún dinero que no tardó en deslizarse hacia el interior del bolsillo derecho de sus pantalones.
–No lo gastes en cualquier cosa; podrías pensar en ahorrar un poco –dijo Raúl.
Guido llevaba ya bastante tiempo ahorrando para comprar una máquina de videojuegos, pero había procurado mantenerlo en secreto: en pocos meses cumpliría años y sus abuelos y tías eran verdaderos especialistas cuando llegaba la hora de hacerle muy buenos regalos. Manoteó un chocolate que había en unas bolsas provenientes del quiosco, en el asiento trasero del auto, y descendió del vehículo. Cuando cruzaba el umbral de la puerta pudo escuchar a su padre, que con el automóvil ya en movimiento le decía:
-Vas a enojar a tu mamá! ¡Escondé eso o vamos a tener problemas!
Guido guardó el chocolate en el bolsillo derecho, junto al dinero. Con la nariz colorada y entumecida a causa del frío, apenas si pudo sentir el atrapante aroma proveniente de la cocina. Se puso a pensar en que la vida seria mucho mas linda si no existiese el invierno, pero luego rechazó la idea. A fin de cuentas, tampoco era fanático de la primavera que despertaba sus alergias, ni del verano con esos calores sofocantes. Se rió a solas, creyendo que estaba volviéndose tan fastidioso como Sebastián. Tantos años de amistad y acostumbramiento debían de haber tenido su efecto.
Recordó entonces aquellos primeros momentos de niñez compartidos con su amigo. A pesar de que no le costaba demasiado relacionarse con el resto de sus compañeros, no era de andar de amigo con todos ellos.
-Sacate el uniforme antes de sentarte a comer -dijo su madre interrumpiéndole los pensamientos-. No tengo una varita mágica para sacar las manchas de salsa.
Una vez terminado el almuerzo, Guido se desplomó sobre su sillón. Mirar un poco de televisión en compañía de su gato era cosa de todos los días, pero aquella tarde no pudo encontrar una película, serie de dibujos animados o video musical que le gustase. No se cruzó siquiera con un mísero documental sobre alguna tribu desconocida, nada. Muy frustrado, apagó la televisión, y fue entonces que sonó el teléfono.
Padre e hijo discutieron un poco acerca de todo, hasta que finalmente llegaron a casa. El automóvil se detuvo provocando un suave ronroneo del motor, y Guido se bajó del vehiculo, no sin antes despedirse con un beso. Recibió a cambio una palmada cariñosa en la espalda, además de algún dinero que no tardó en deslizarse hacia el interior del bolsillo derecho de sus pantalones.
–No lo gastes en cualquier cosa; podrías pensar en ahorrar un poco –dijo Raúl.
Guido llevaba ya bastante tiempo ahorrando para comprar una máquina de videojuegos, pero había procurado mantenerlo en secreto: en pocos meses cumpliría años y sus abuelos y tías eran verdaderos especialistas cuando llegaba la hora de hacerle muy buenos regalos. Manoteó un chocolate que había en unas bolsas provenientes del quiosco, en el asiento trasero del auto, y descendió del vehículo. Cuando cruzaba el umbral de la puerta pudo escuchar a su padre, que con el automóvil ya en movimiento le decía:
-Vas a enojar a tu mamá! ¡Escondé eso o vamos a tener problemas!
Guido guardó el chocolate en el bolsillo derecho, junto al dinero. Con la nariz colorada y entumecida a causa del frío, apenas si pudo sentir el atrapante aroma proveniente de la cocina. Se puso a pensar en que la vida seria mucho mas linda si no existiese el invierno, pero luego rechazó la idea. A fin de cuentas, tampoco era fanático de la primavera que despertaba sus alergias, ni del verano con esos calores sofocantes. Se rió a solas, creyendo que estaba volviéndose tan fastidioso como Sebastián. Tantos años de amistad y acostumbramiento debían de haber tenido su efecto.
Recordó entonces aquellos primeros momentos de niñez compartidos con su amigo. A pesar de que no le costaba demasiado relacionarse con el resto de sus compañeros, no era de andar de amigo con todos ellos.
-Sacate el uniforme antes de sentarte a comer -dijo su madre interrumpiéndole los pensamientos-. No tengo una varita mágica para sacar las manchas de salsa.
Una vez terminado el almuerzo, Guido se desplomó sobre su sillón. Mirar un poco de televisión en compañía de su gato era cosa de todos los días, pero aquella tarde no pudo encontrar una película, serie de dibujos animados o video musical que le gustase. No se cruzó siquiera con un mísero documental sobre alguna tribu desconocida, nada. Muy frustrado, apagó la televisión, y fue entonces que sonó el teléfono.
Etiquetas: II - No es difícil aburrirse
1 Comments:
que intriga.. me va gustando esta historia...
un beso!
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