III - El chocolate (II)
La cantidad de detalles que se repitieron a la hora de formar filas perturbaron a Guido, y estuvieron a punto de ahogarlo en la locura, pero el hecho de que ninguno de sus compañeros de curso estuviese ataviado con ropas deportivas lo tranquilizó. Esa tranquilidad, no obstante duró demasiado poco, teniendo en cuenta lo valiosa que resultaba.
-Veo que ya estás mejor, y eso me pone muy contenta –exclamó la señorita Lourdes estrellando un beso sobre la mejilla derecha del niño-. Bienvenido.
Guido casi puso sentir el ruido que hicieron sus neuronas al colisionar entre sí.
-Eso no fue un sueño común y corriente –se dijo a si mismo tratando de no perder la calma mientras caminaba hasta alcanzar su lugar acostumbrado en el aula-. Yo sabía que ella me iba a besar, pero...
-Hey, Guido ¿Qué te pasa? -le preguntó Sebastián tratando de ganar su batalla contra somnolencia y los bostezos-. ¿Te sentís bien?
-Sebastián, si te cuento algo no me lo vas a creer ni en un millón de años –respondió Guido-. Tuve un sueño en...
-Guidooo -lo interrumpió la Señorita Lourdes elevando ligeramente el tono de su voz-. Lo que tengas que decirle a Sebastián puede esperar hasta que llegue el recreo, ¿No es así?
El niño quiso responder, pero nada salió de sus labios. Para su desgracia, la maestra interpretó aquel gesto como a una negativa.
-Está bien, podés hablar, pero hacelo en voz alta -le dijo-. Si lo que tenés para decir es tan importante, deberías compartirlo con todos nosotros.
Algunas risas se escucharon en el salón de clases.
-No, Señorita -dijo Guido finalmente-. No es nada.
Pero sí que era algo. Era algo grande, demasiado grande como para entenderlo a solas. Aunque trató por todos los medios de ser racional, no pudo evitar sentirse inmerso en algún extraño fenómeno paranormal tan inexplicable como cualquiera que hubiese visto por televisión. Nunca había creído en los fantasmas, profetas, ovnis, videntes o semejantes, pero ¿Y si algo de todo eso fuese cierto? Tal y como se lo había sugerido la Señorita Lourdes, optó por esperar hasta que llegase el primer recreo, decidido a contárselo todo a su amigo Sebastián, con lujo de detalles. Mientras tanto, tenía el pulso muy acelerado, y había comenzado a sudar. Aterradoramente enterado de que debería tranquilizarse antes de desmayarse, recurrió a un viejo truco que había aprendido leyendo un libro que su prima le había prestado. Inspiró profundamente inflando su pecho y contuvo la respiración durante un par de segundos, tratando de no llamar la atención de los presentes. Luego cerró sus ojos, y poco a poco fue liberando el aire, hasta vaciar sus pulmones. Repitió la operación varias veces, y para su sorpresa, la artimaña rindió sus frutos. Un poco más calmado, abrió la carpeta. Los últimos apuntes copiados llevaban fecha del viernes de la semana anterior. No había nada del lunes, nada del martes, y absolutamente nada del miércoles. Guido supo inmediatamente que debería de haber copiado algo en aquel “sueño”, pero a diferencia de lo que ocurría con el resto de su memoria, los recuerdos referidos a esa tarea se hallaban convulsionados.
Ya sin tanto miedo, y agobiado por la intriga, sacó la lapicera y se dispuso a copiar lo que entonces le dictarían.
-¿Alguno de ustedes puede decirme lo que sabe acerca de los dragones? –Exclamó la Señorita Lourdes paseando su mirada sobre sus alumnos-. Vamos, levanten sus manos...
Durante todo el rato que precedió al timbrazo de recreo, la maestra dictó numerosos artículos referidos a todo tipo de criaturas fantásticas y mitológicas. Guido se sintió tan cómodo como un pez en al agua y participó de la clase tan activamente como pudo, aunque la idea de haber tenido un sueño premonitorio tan detallado no se borró de su mente ni siquiera por un segundo.
-Veo que ya estás mejor, y eso me pone muy contenta –exclamó la señorita Lourdes estrellando un beso sobre la mejilla derecha del niño-. Bienvenido.
Guido casi puso sentir el ruido que hicieron sus neuronas al colisionar entre sí.
-Eso no fue un sueño común y corriente –se dijo a si mismo tratando de no perder la calma mientras caminaba hasta alcanzar su lugar acostumbrado en el aula-. Yo sabía que ella me iba a besar, pero...
-Hey, Guido ¿Qué te pasa? -le preguntó Sebastián tratando de ganar su batalla contra somnolencia y los bostezos-. ¿Te sentís bien?
-Sebastián, si te cuento algo no me lo vas a creer ni en un millón de años –respondió Guido-. Tuve un sueño en...
-Guidooo -lo interrumpió la Señorita Lourdes elevando ligeramente el tono de su voz-. Lo que tengas que decirle a Sebastián puede esperar hasta que llegue el recreo, ¿No es así?
El niño quiso responder, pero nada salió de sus labios. Para su desgracia, la maestra interpretó aquel gesto como a una negativa.
-Está bien, podés hablar, pero hacelo en voz alta -le dijo-. Si lo que tenés para decir es tan importante, deberías compartirlo con todos nosotros.
Algunas risas se escucharon en el salón de clases.
-No, Señorita -dijo Guido finalmente-. No es nada.
Pero sí que era algo. Era algo grande, demasiado grande como para entenderlo a solas. Aunque trató por todos los medios de ser racional, no pudo evitar sentirse inmerso en algún extraño fenómeno paranormal tan inexplicable como cualquiera que hubiese visto por televisión. Nunca había creído en los fantasmas, profetas, ovnis, videntes o semejantes, pero ¿Y si algo de todo eso fuese cierto? Tal y como se lo había sugerido la Señorita Lourdes, optó por esperar hasta que llegase el primer recreo, decidido a contárselo todo a su amigo Sebastián, con lujo de detalles. Mientras tanto, tenía el pulso muy acelerado, y había comenzado a sudar. Aterradoramente enterado de que debería tranquilizarse antes de desmayarse, recurrió a un viejo truco que había aprendido leyendo un libro que su prima le había prestado. Inspiró profundamente inflando su pecho y contuvo la respiración durante un par de segundos, tratando de no llamar la atención de los presentes. Luego cerró sus ojos, y poco a poco fue liberando el aire, hasta vaciar sus pulmones. Repitió la operación varias veces, y para su sorpresa, la artimaña rindió sus frutos. Un poco más calmado, abrió la carpeta. Los últimos apuntes copiados llevaban fecha del viernes de la semana anterior. No había nada del lunes, nada del martes, y absolutamente nada del miércoles. Guido supo inmediatamente que debería de haber copiado algo en aquel “sueño”, pero a diferencia de lo que ocurría con el resto de su memoria, los recuerdos referidos a esa tarea se hallaban convulsionados.
Ya sin tanto miedo, y agobiado por la intriga, sacó la lapicera y se dispuso a copiar lo que entonces le dictarían.
-¿Alguno de ustedes puede decirme lo que sabe acerca de los dragones? –Exclamó la Señorita Lourdes paseando su mirada sobre sus alumnos-. Vamos, levanten sus manos...
Durante todo el rato que precedió al timbrazo de recreo, la maestra dictó numerosos artículos referidos a todo tipo de criaturas fantásticas y mitológicas. Guido se sintió tan cómodo como un pez en al agua y participó de la clase tan activamente como pudo, aunque la idea de haber tenido un sueño premonitorio tan detallado no se borró de su mente ni siquiera por un segundo.
Etiquetas: III - El chocolate
1 Comments:
Excelente!!...Me parece sumamente sospechoso el contenido de enseñanza de esa clase...Me intriga, ME INTRIGA!...
Cuales serán sus libros de estudio? algunos tomos del Dragon Lance tal vez! Me hubiese gustado haber ido a una escuela asi...
Tema aparte...
Mientras leía, me encontré con un par de errores de tipeo creo yo...(obviamente que no leo con la intención de encontrarlos...ni los busco...no. Te paso nomas el dato de las líneas por si podés corregirlas...)
"Guido casi puso sentir el ruido que hicieron sus neuronas al colisionar entre sí"
(acá...el "no me voy ayer" tal vez no es un error...pero sentí que tal vez fuera "no me vio ayer")
-¿Cómo es posible que Jorge me haya dicho eso? –pensó-. ¿No me voy ayer? ¿Estará borracho?
(este es de la entrada anterior)
Saludos
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