martes, enero 30, 2007

V - Llueve sobre mojado (I)

El despertador en la habitación de la madre de Guido sonó correctamente, y el niño se levantó dando un salto. Se sentía lleno de energía, como si hubiese dormido durante una semana entera. Se alegró de encontrarse vestido con el equipo de gimnasia, y sin una gota de pereza procedió a anudar los cordones de sus zapatillas.

-¡Hijo! -exclamó Alicia sorprendida-. Pensé que te iba a costar un poco volver a la escuela después de estos cuatro días de no hacer nada…
Observó al niño durante unos instantes y luego agregó:
-Hoy no tenés clase de deportes, ¿Que hacés vestido así?
-Miércoles veinticinco de Junio -pensó Guido-. Otra vez.
-Yo me voy a preparar el desayuno -dijo ella-. Cuando vuelva quiero encontrarte con el uniforme puesto.

El uniforme constaba de una camisa blanca, corbata y calcetines rojos, pantalones grises, zapatos marrones y un abrigo azul oscuro. Parado junto a la cama, sobre la alfombra, Guido se puso los anteojos y bajó la mirada hasta clavarla sobre sus pies. Se agachó ansioso de ver si su idea había dado resultado.
-Miércoles 25 de Junio -dijo leyendo en voz baja lo impreso en el margen superior de la portada del periódico-. Tengo que mostrarle esto a Sebastián.

Terminó de cambiarse y sacó el chocolate del bolsillo de los pantalones de gimnasia, para ponerlo en el bolsillo de los pantalones color gris oscuro, junto a la portada del diario. Mientras desayunaba, tuvo que escuchar las recomendaciones de su madre acerca de cómo prevenir futuros resfríos y gripes, pero no le prestó mucha atención al discurso.

El autobús llegó como siempre, sin demoras. Sebastián, desde su asiento, recibió a su amigo gesticulando desesperadamente con ambos brazos. La expresión de total desconcierto dibujada sobre su rostro fue todo lo que Guido necesitó para darse cuenta de que ya no estaba solo en aquella locura.
-Tenías razón –susurró Sebastián tratando de que tan sólo su amigo lo escuchase-. ¡Mi mamá me puso el uniforme!
–Mirá -replicó Guido mientras sacaba de su bolsillo la portada del periódico.

Sebastián leyó la fecha y sonrió, presa del nerviosismo. Seguidamente, arremangó la manga izquierda de su abrigo, dejando al descubierto su reloj. Ante la atenta mirada de Guido, presionó un pequeño botón en el costado del artefacto, haciendo que se escuchase lo siguiente:
-“Jueves veintiséis de Junio de...”
Ambos muchachitos se miraron, cómplices de una realidad que los tenía maravillados y confundidos en partes iguales. Fue entonces que una voz los sobresaltó.
-Ese reloj esta mal, hoy no es Jueves, chicos.
-Eeeh... Si, ya lo sabemos -dijo Guido con el corazón casi a punto de escapársele por la boca.


Era Sabrina, la de las trenzas de plastilina y el cuello largo de jirafa. Asomada por sobre el respaldo de su asiento, les había dado un buen susto. Esa chica malcriada y entrometida... ¿Habría escuchado toda la conversación? Por si acaso, sería necesario guardar silencio y hacer de cuenta de que nada ocurría, cuando menos por el momento.

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viernes, enero 12, 2007

IV - La verdad está allí afuera (III)

Cesar Pagnutti siempre había sido un buen amigo y un excelente alumno. Nunca había tenido problemas con sus compañeros y las maestras encontraban en él a un niño tan encantador como educado. Era también uno de esos habilidosos a quienes todos querían tener cerca y en su equipo cuando se realizaban las competencias deportivas. Y también todos, incluso los miembros de su familia, lo llamaban por su apodo: “El Tortuguita”. Dicho apelativo se lo había ganado gracias a que su vivienda, ubicada en la intersección de dos calles cercanas a la escuela, alojaba en su interior una pizzería llamada “La Tortuga”. Allí vivía junto a su padre “El Tortuga”, su abuela y sus tres hermanos mayores. Nunca llegó a conocer a su madre, que había muerto cuando él era apenas un bebé. Aún así, la extrañaba de vez en cuando. De ella había heredado su piel aceitunada, sus cristalinos ojos y su rizado cabello oscuro. De su padre, por otro lado, había obtenido la pasión que dedicaba a todas y cada una de sus actividades.

Mantener una pizzería funcionando era una labor dura, pero divertida. En la actualidad la mayor parte del trabajo quedaba en manos del Tortuga y del mayor de sus hijos, pero César sabía que su momento de meter las manos en la masa llegaría cuando sus hermanos iniciasen sus estudios universitarios, y lo esperaba de muy buena gana. No obstante, sabía también que su destino se hallaba mucho más ligado a una cancha de fútbol de lo que jamás lo estaría al viejo horno de barro. Durante el día, su vida giraba en torno al fútbol, y durante la noche, sus sueños también. En ellos se convertía en héroe al marcar el gol de la victoria, y recibía la copa del Mundo, la cual levantaba con ambos brazos mientras que sus compañeros de equipo lo sacaban en andas.

El Tortuguita no pudo dormir durante la noche del miércoles veinticinco de junio, y culpó de ello a sus pesadillas. Al llegar la mañana, solo recordó haber peleado una increíble batalla acompañado de sus amigos Guido y Sebastián, pero no supo como fue que lo había hecho. Camino a la escuela, sintió un ligero escalofrío al rememorar el rugido de aquella extraña bestia cuya respiración aún resonaba en sus oídos, con un sonido perturbador y demasiado real.

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