viernes, enero 12, 2007

IV - La verdad está allí afuera (III)

Cesar Pagnutti siempre había sido un buen amigo y un excelente alumno. Nunca había tenido problemas con sus compañeros y las maestras encontraban en él a un niño tan encantador como educado. Era también uno de esos habilidosos a quienes todos querían tener cerca y en su equipo cuando se realizaban las competencias deportivas. Y también todos, incluso los miembros de su familia, lo llamaban por su apodo: “El Tortuguita”. Dicho apelativo se lo había ganado gracias a que su vivienda, ubicada en la intersección de dos calles cercanas a la escuela, alojaba en su interior una pizzería llamada “La Tortuga”. Allí vivía junto a su padre “El Tortuga”, su abuela y sus tres hermanos mayores. Nunca llegó a conocer a su madre, que había muerto cuando él era apenas un bebé. Aún así, la extrañaba de vez en cuando. De ella había heredado su piel aceitunada, sus cristalinos ojos y su rizado cabello oscuro. De su padre, por otro lado, había obtenido la pasión que dedicaba a todas y cada una de sus actividades.

Mantener una pizzería funcionando era una labor dura, pero divertida. En la actualidad la mayor parte del trabajo quedaba en manos del Tortuga y del mayor de sus hijos, pero César sabía que su momento de meter las manos en la masa llegaría cuando sus hermanos iniciasen sus estudios universitarios, y lo esperaba de muy buena gana. No obstante, sabía también que su destino se hallaba mucho más ligado a una cancha de fútbol de lo que jamás lo estaría al viejo horno de barro. Durante el día, su vida giraba en torno al fútbol, y durante la noche, sus sueños también. En ellos se convertía en héroe al marcar el gol de la victoria, y recibía la copa del Mundo, la cual levantaba con ambos brazos mientras que sus compañeros de equipo lo sacaban en andas.

El Tortuguita no pudo dormir durante la noche del miércoles veinticinco de junio, y culpó de ello a sus pesadillas. Al llegar la mañana, solo recordó haber peleado una increíble batalla acompañado de sus amigos Guido y Sebastián, pero no supo como fue que lo había hecho. Camino a la escuela, sintió un ligero escalofrío al rememorar el rugido de aquella extraña bestia cuya respiración aún resonaba en sus oídos, con un sonido perturbador y demasiado real.

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2 Comments:

Blogger Oscar Grillo said...

Excelente!

1:58 p. m.  
Blogger Mantis said...

Guau... ¡Visita de lujo! Gracias, Oscar.

10:05 a. m.  

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