jueves, noviembre 30, 2006

IV - La verdad está allí afuera (II)

Guido casi no saboreó el almuerzo. Finalmente había comprobado que por alguna razón, no todos los eventos ocurrirían de la misma manera en la que lo habían hecho anteriormente. Terminó por creer que allí se encontraba la respuesta a todo el misterio.

-¿Por qué el chocolate del sueño no volvió a aparecer como todas las otras cosas? –se preguntó a si mismo una y otra vez.

Siguiendo sus predicciones, observó pacientemente el reloj pulsera recibido en su onceavo y último cumpleaños, hasta que sonó el teléfono. Era Laura, obviamente. Guido mantuvo con ella la misma conversación del día anterior.

Tenía que entender lo que estaba sucediendo. A sabiendas de que dicha tarea necesitaría de toda su atención, optó por no distraerse con lo que pudiese ofrecerle la televisión. Acomodó su sillón hasta ubicarlo dentro de su habitación, frente al escritorio. Luego manoteó un cuaderno, y le arrancó un par de hojas. Lápiz en mano, se dispuso a resolver todo aquel asunto como si el mismo se tratase de un ejercicio práctico encomendado por la Señorita Lourdes.
Creyó que no sería mala idea llamar a Sebastián. A fin de cuentas, su amigo se hallaba mucho más inmerso de lo que él jamás lo estaría en las cuestiones del esoterismo. Se recostó en el sillón y levantó el auricular. El teléfono sonó varias veces antes de ser atendido.

-Hola...
-Hola Sebastián. Soy yo, Guido.
-Hola Guido. Estaba seguro de que eras vos el que llamaba –dijo Sebastián bostezando-. ¿Encontraste alguna explicación para el problema del chocolate?
-No. Por eso te llamé. Necesito que me ayudes a pensar, no quiero olvidarme de nada.
-Voy a hacer lo posible –dijo Sebastián-. Tengo que devolverte el favor.
-¿Qué favor?
Sebastián se quedó callado durante algunos segundos.
-Anoche soñé que me salvabas la vida –dijo finalmente.
-Eso fue un sueño –replicó Guido-. Pero el chocolate es de verdad.
-La bestia de mi sueño también era verdadera –dijo Sebastián-. Y el Alfil y la Catedral también eran verdaderos.

De no haber estado sentado, Guido seguramente se habría caído al suelo otra vez. Tenía la boca paralizada. Cuando recuperó el control de sus labios, creyó que sería conveniente que se tomase unos cuantos segundos para ordenar sus pensamientos. Eso llevó a Sebastián a preguntarse si todos los golpes sufridos por su teléfono inalámbrico habrían hecho mella en el mismo.

-Guiiidooo... ¿Estás ahí? Holaaa...
Guido respiró profundamente antes de responder.
-Si –dijo-. Pero, ¿Vos soñaste con una pelea en una catedral?
-Si –dijo Sebastián-. Pero no fue un sueño, fue una pesadilla. Un tipo llamado Vatel...
-Vatel era el dueño del Alfil. Nosotros teníamos que ir a buscarlo, pero no podíamos hacerlo porque estabamos ocupados peleando.


Esta vez fue Sebastián, y no Guido, quien pudo sentir toda su piel erizarse a causa del miedo. Un miedo que ni siquiera un ejército de fantasmas podría haber despertado.
-Me estas asustando, Guido –le dijo-. Hay mucha gente que adivina el futuro, pero...
-¡Pero nada! –respondió Guido poniéndose muy serio-. ¡No estoy adivinando! ¡Yo también soñé con una pelea en una catedral!
Hizo silencio durante unos instantes que a oídos de ambos parecieron interminables, y luego agregó:
-Pero lo soñé ayer, antes de que todas estas cosas raras comenzaran a suceder.
-¿Qué está pasando? –preguntó Sebastián consternado-. Vatel no es un personaje de la televisión, ¿No?
Guido dedicó varios segundos a analizar esa posibilidad.
-No, no puede ser –respondió pensativo-. Pero tengo el presentimiento de que este sueño tiene mucho que ver con el asunto del chocolate.


Sebastián comprendió lo que su amigo quería decir con esas palabras. Palideció ante la posibilidad de que aquella cruel pesadilla fuese en realidad, una señal de alerta. Un aviso de que se encontraba próximo a vivir el mismo día, por segunda ocasión.
-Tal vez –dijo-. Pero, ¿Qué podemos hacer para darnos cuenta?

Guido se tomó la cabeza con ambas manos, y la sacudió en busca de una respuesta a la pregunta hecha por su amigo. Luego tomó el pequeño chocolate que tantos dolores le había causado. Trató de descubrir las razones que habían permitido que aquella golosina lo acompañase a lo largo del Miércoles repetido, pero no tuvo éxito. Alguna particularidad tendría, o de lo contrario, se habría esfumado de la misma manera en que lo habían hecho los apuntes acerca de las criaturas mitológicas, y el dinero en la billetera de Raúl. Por un instante, y antes de confesar su estrategia, Guido sintió que un Dios Todopoderoso se hallaba jugando con su salud mental.

-Sabemos que hoy es miércoles –dijo-. Mañana vamos a tener clase de deporte. Antes de acostarme, voy a ponerme el uniforme de gimnasia, y voy a guardar el chocolate dentro del bolsillo de los pantalones.
-¡Tu mamá se va a volver loca cuando vaya a despertarte! –le replicó Sebastián con razón.
Y tras unos instantes de silencio agregó:
-¿Y yo no tengo que hacer nada?
-Si –respondió Guido-. Tenés que seguir guardando el secreto.
-Ah, eso es fácil. No quiero ir al manicomio.
A través del auricular, Guido pudo escuchar que la madre de su amigo murmuraba algo, en un tono casi imperceptible.
-Mi mamá quiere usar el teléfono, Guido –dijo Sebastián-. Voy a tener que colgar. Hasta mañana.
-Chau –dijo Guido-. Nos vemos en el autobús.

Y colgó. Ya no estaba asustado de haber vivido dos veces el mismo día. Por otro lado, también había encontrado un método infalible para comprobar si el día se repetía una vez más. Salió de su habitación y se dirigió a la cocina, donde su madre estaba preparando unas galletas.
-Mamá -le dijo-, ¿Compraste el diario de hoy? Lo necesito para terminar mi tarea de la escuela.
-Está sobre la mesita negra –le respondió ella–. No tuve tiempo de leerlo.

Guido cenó copiosamente y miró un poco de televisión antes de acostarse. Durante la noche no soñó con la pelea. Tampoco soñó con Vatel o el Alfil. Debería esperar para ver si desaparecía el chocolate, o si el día se repetía nuevamente. Mientras tanto, llevaba plegado dentro de uno de sus calcetines algo que definitivamente echaría luz sobre el asunto.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me encanta...pero me da miedo también...de ser atrapado en este eterno retorno, por involucrarme en los asuntos de Guido...y nunca poder avanzar de éste capítulo...ya que mañana volveré a leer este mismo...y me volveré a preguntar estas mismas cosas...AY!

5:24 a. m.  

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